viernes, 4 de octubre de 2013

Las Grietas De La Felicidad #3




4 de noviembre de 2083
El Raval, Barcelona

Ya hacía un mes, un mes y tres días. Un mes y tres días hacía desde que mi nieto me dijo que vendría. Esperé y esperé y nadie aparecía. Casi no salí por temor a que viniera mientras yo estaba ausente. Entonces me di cuenta de que tristemente mi nieto era mucho mas que una simple compañía. Era mi única compañía. Decidí cambiar de sitio para pensar y me adentre por los recovecos del Raval, seguía igual que siempre. La vida me ha enseñado que un viejo como yo no tiene que ir por esos sitios con nada valioso encima, te lo podían quitar.
Paseé por espacio de casi dos horas, estaba cansado, muy cansado. Caminé otros trece minutos hasta llegar a casa, me faltaba el aire cada vez mas y no sabía por que. No le di importancia, llegué a mi hogar y me acerqué hacia el sillón, dejándome caer en el sin fuerza alguna. Mis ojos se cerraron lentamente y en un abrir y cerrar de ojos había pasado dos días.

6 de noviembre de 2083
Barcelona, Cataluña

Me desperté sobresaltado, asustado a su vez. Corrí al quiosco mas cercano y compré cualquier periódico, dos días mas. Volví lo mas rápido que pude a mi casa y mire las llamadas perdidas en el teléfono, no se que dolió más; que no hubiera ninguna, o ese dolor de cabeza que sentía.

Ese mismo día, unas horas mas tarde, yo estaba mirando el fuego de la chimenea, inmerso en los recuerdos de mi princesa Yara mientras lágrimas salían de mis ojos poco a poco, escuché la puerta, alguien aporreando el timbre con el dedo, golpeando la puerta, eran las seis, estaba llubiéndo fuera, hacía frío y yo...yo ya no esperaba a nadie.
Me apresuré a abrir la puerta y vi una imagen que partió mi alma, mi Mayka...mi niña y su hijo, mi nieto, Raul.
Quise maldecir al cielo por como estaban, ella lloraba y él tenía una mirada perdida, casi indescriptible, simplemente indescifrable. Ella estaba llena de moratones, se podía deducir que le habían dado una golpiza de las grandes, espantado observe una pequeña gota de sangre que nacía de su cabeza deslizándose por el contorno de su rostro. Se podía palpar el dolor en el ambiente, los invité a pasar, les di ropa limpia y, cuando ya estuvimos todos atendidos, ella ya se había limpiado las heridas y puesto vendas. y sentados al rededor del fuego, mi pequeña rompió el silencio, a su vez rompió en llanto.
- Lo siento papá, juro por Dios que lo siento. - Dijo mientras la estrechaba entre mis brazos, yo solo la observaba, en mi mente esbocé una sonrisa al pensar que estaba exactamente como cuando era pequeña y tenía problemas, no había cambiado. Cuando su llanto cesó, la mire a los ojos y pregunte suavemente:
- ¿Que ha pasado, pequeña?
- Ha sido Rubén papa, él ...-Intentó decir con voz rota.
- ¿Él te ha hecho eso? -Dije mientras pasaba la yema de mi dedo indice por el gran moretón que ella tenía situado en el ojo izquierdo, y otro pequeño en la mejilla.
- Sí...Esto...Em...
-¿Cuanto tiempo? - Interrogué yo con voz seca, casi sonaba molesta, pero la angustia no dejaba que diese esa impresión.
- ¿Que?- formuló ella ,confundida.
-¿Que cuantas veces te ha hecho esto?
-Muchas...pero- izo una pausa para respirar sonoramente- yo me lo merecía, papá, el no tiene la culpa, es solo que, hoy se le ha ido de las manos. Eso es todo, no pas...
- ¡Basta! -Interrumpí yo- Mayka Martín Casanovas, escúchame bien porque no te lo volveré a repetir. Nadie,repito, nadie, se merece lo que ese tipo te hace a ti.
-Pero papá...
-Pero nada ¿me oyes? Júrame que no volverás con el pequeña, júramelo por favor.
- Papá, yo lo amo y el a mi.
-No, cariño. Lo tuyo es una dependencia, no es amor, para el eres una posesión no un ser de compañía o una pareja, eres como un trofeo o un objeto más, entiéndelo joder.
-Ha sido una mala idea venir aquí, mañana nos irémos, gracias por todo papá, pero tu no lo entiendes- replicó ella mientras se levantaba para irse a la habitación que les había preparado.
-¡Maldita sea! ¡Eres tu quien no lo entiende niña! ¡El no te quiere joder, no te quiere! -Grité yo mientras ella cerraba la puerta de un portazo.

Simplemente no lo soporté más, y me acurruqué mientras mis lagrimas caían en un silencio que gritaba fuerte, muy fuerte. Raul seguía allí, me miraba sin decir nada. Admiré su valentía en mis adentros, como se podía haber callado todo esto, sin mostrar ningún signo de debilidad ante la situación. Manteniendo la compostura.
Reí en mi mente, pensando que era igual que su madre, y ella era igual que mi Yara.

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